El antisemitismo olvidado: aquellos pogromos en Ucrania del siglo XIX y principios del siglo XX

06/Nov/2023

El País Cultural- por Juan de Marsilio

El País Cultural- por Juan de Marsilio.

El centro y el este de Europa deben mucho de su cultura a una larga presencia judía en esas tierras. No obstante, la convivencia entre judíos y cristianos ha estado marcada por recurrentes estallidos de violencia antisemita. En el corazón de la Europa civilizada, del historiador norteamericano Jeffrey Veidlinger, estudia las masacres contra los judíos de Ucrania perpetradas luego de la Revolución Soviética y durante la Guerra Civil que le siguió.

Muchos bandos. O varias guerras al mismo tiempo en el mismo territorio, con frecuentes cambios de bando de los combatientes y alianzas muy volátiles, y una dosis de antisemitismo en todos los bandos. Que en el caso de los “rusos blancos”, es decir, antibolcheviques, y buena parte de los nacionalistas ucranianos y polacos de derechas, llegaba al odio exterminador.

El pueblo de Ucrania sufrió el reclutamiento masivo de sus jóvenes para el ejército ruso en la Primera Guerra Mundial. Cuando en 1917 estalló la Revolución, el independentismo ucraniano, socialista y democrático, se mostró dispuesto a unirse a un estado federal que juntase a los pueblos del antiguo Imperio, así como también a reconocer la autonomía de los judíos y otras minorías étnicas. Pero los bolcheviques eran fuertemente centralistas y partidarios de la colectivización de la tierra, mientas que los campesinos ucranianos querían que se la redistribuyese. También había independentistas ucranianos conservadores que defendían a ultranza la propiedad privada, con el apoyo militar del Imperio Alemán. Los guardias blancos, al mando del General Antón Denikin, aspiraban a restaurar el Imperio, con el apoyo de los aliados (cincuenta mil soldados franceses ocuparon el puerto de Odesa y sus alrededores por algún tiempo). Para colmo, en la Galitzia oriental, chocaban nacionalistas polacos y ucranianos. En 1921, en el “milagro del Vístula”, las tropas polacas al mando de General Józef Pilsudski lograron salvar Varsovia y repelieron a las fuerzas soviéticas, fijando las fronteras de la región hasta 1939, no sin dejar un sinfín de heridas y rencores.

Pogromo. Al declararse la República Popular Ucraniana, muchos intelectuales judíos se ilusionaron, porque se proclamaron los derechos nacionales de las minorías étnicas. Sin embargo, pronto comenzaron los ataques antisemitas. En primer lugar, porque los independentistas de derechas veían en los judíos de izquierda —tanto pro bolcheviques como partidarios de la independencia— a enemigos de la propiedad privada (a los judíos ricos no los consideraban ucranianos y los toleraban a regañadientes). En segundo lugar, los rebeldes campesinos, muchas veces comandados por señores de la guerra que poco distaban de criminales comunes, acusaron a los judíos de especular en la intermediación del grano y otros productos agrícolas. Si a esto se suma que muchos de los cuadros bolcheviques, del Ejército Rojo y la policía política soviética, eran judíos, la equiparación entre judío y comunista resultó evidente para los campesinos cristianos que temieron por sus tierras y sus iglesias. Y lo que temían los campesinos ucranianos de fe ortodoxa, lo temieron los nacionalistas polacos católicos de Galitzia oriental. Allí también hubo pogromos.

El mayor horror fueron los ejecutados por los rusos blancos, en los que oficiales cultos, bien vestidos y refinados, condujeron los saqueos, las violaciones y los asesinatos. Muchos judíos vieron a los bolcheviques como salvadores, pero en los soldados rojos afloraba de vez en cuando el tradicional antisemitismo ruso, además de que la asociación entre judío y plutócrata estaba muy extendida. Para colmo, la centralización de la economía dejó a muchos pequeños comerciantes y artesanos judíos en el desempleo. No todos pudieron resolver su situación ingresando a la burocracia soviética.

Con un número estimado en cien mil muertos, estos pogromos dejaron decenas de miles de viudas, huérfanos y desplazados, con sus vidas marcadas por el horror. El hecho de que el gobierno soviético aceptase ayudas de organismos judíos internacionales para que sus paisanos organizaran en el sur de Ucrania colonias agrícolas, que prosperaron bastante pronto, avivó rencores entre el campesinado ucraniano. Muchos intelectuales temieron —con razón— que Europa tuviese que lamentar mayores violencias contra los judíos. El título de este libro está tomado de un artículo de Anatole France (1844–1924) contra los pogromos en Ucrania.

Una figura política y militar clave del período fue Simon Vasílievich Petliura (1879–1926). Formó parte de la secretaría de la Rada Central —el primer gobierno independentista de Ucrania— como Secretario General de Asuntos Militares. Cuando Pavló Petróvych Skoropadski (1873–1945) dio un golpe de Estado reaccionario y, con el apoyo del Imperio alemán tomó el antiguo título cosaco de Hetmán (o Atamán), Petliura fue arrestado. En octubre de 1918 un nuevo golpe abolió el Hetmanato, y puso al frente de Ucrania a un Directorio, de cuyas fuerzas militares Petliura se nombró jefe, usando a menudo el título de Atamán.

Su actuación fue, como poco, ambigua, contradictoria. Los principios del Directorio respecto a los judíos eran tan democráticos y progresistas como los de la Rada. Pero en la medida que el Ejército Rojo iba tomando el control del territorio Petliura se alió con señores de la guerra, más bandoleros que militares. Muchos perpetraron pogromos con la excusa de que los judíos eran bolcheviques, y al saqueo se unía con entusiasmo buena parte de la población civil, sobre todo los jóvenes, encallecidos por cinco o seis años de guerra (Veidlinger aporta testimonios de varios casos en los que los padres de los perpetradores ayudaron, horrorizados, a las víctimas de sus hijos). Petliura no castigó prácticamente a ninguno de sus jefes culpables de azuzar pogromos.

Como último intento de ganarse el apoyo occidental, emitió una proclama reconociendo los derechos de los judíos para posicionarse mejor ante el mundo que el nuevo gobierno polaco, que los reconoció tras mucha reticencia y sólo de dientes para afuera. Pero la suerte de la Ucrania independiente y la de su propia reputación ya estaban echadas.

Trotsky. El bolchevique más odiado fue el comisario del Pueblo para la Defensa y responsable político del Ejército Rojo, León Trotski (1879 – 1940), judío, nacido Lev Davídovich Bronstein. Fue común en la propaganda antibolchevique, sobre todo en los panfletos de los guardias blancos, añadir el apellido judío original al nombrar a los líderes bolcheviques, llegando en varios casos a atribuir falsas identidades semitas. Aunque luego Stalin lo defenestró y lo hizo asesinar en México, buena parte del mérito de la victoria soviética fue de Trotski, que en menos de tres años construyó un ejército de cinco millones de hombres desde la nada. Pero como anotó un observador perspicaz y desencantado, la Revolución Bolchevique y la guerra que le siguió, en parte civil y en parte internacional “la ganaron los Trotski pero la perdieron los Bronstein”.

El 25 de mayo de 1926, en París, Samuel “Sholem” Schwarzbard, un relojero y poeta judío nacido en Besarabia, asesinó a Petliura. De ideas anarquistas, la persecución lo llevó a abandonar el Imperio Ruso. Combatió por Francia en la Primera Guerra Mundial en la Legión Extranjera. Al estallar la Revolución se dirigió a Odesa, donde se integró a la Guardia Roja y combatió a los rusos blancos, conociendo de primera mano los pogromos desatados por distintas fuerzas antisemitas. Desencantado volvió a Francia en 1920.

El juicio de Schwarzbard permitió ventilar los horrores de hacía un lustro. En la misma Francia que, preocupada por sus intereses geopolíticos, no había hecho nada concreto para proteger a los judíos. El matador de Petliura fue absuelto.

Entretanto en Ucrania se había desatado la persecución se los “bandidos”, es decir, de quienes se oponían a las medidas económicas y políticas del poder soviético. Muchos de los encargados de esta persecución eran judíos, pero muchos de los “bandidos” sentenciados eran antiguos perpetradores de pogromos. El rencor leudó.

Bandera. En los primeros meses de la ocupación nazi de Ucrania, muchos nacionalistas que habían vivido el régimen soviético como una tiranía dirigida por líderes judíos, participaron en sangrientas masacres antisemitas, muchas azuzadas por los alemanes que tantos vieron como libertadores, y de quienes algunos como Stepan Bandera —hoy reivindicado como un héroe por no pocos ucranianos— esperaron la restauración de una Ucrania independiente. Muchos pogromos fueron espontáneos, reeditando las violaciones, crueldades y saqueos de dos décadas antes. En palabras del autor, “los pogromos que tuvieron lugar en las primeras semanas de la invasión alemana fueron alimentados y, a menudo, incitados por los alemanes. Pero, al menos en Ucrania, también fueron ejecutados por la población local que, en parte gracias a la herencia de los pogromos anteriores, se había acostumbrado a los baños de sangre y se cebaba en la violencia étnica contra los judíos”.

El exilio de judíos ucranianos hacia Alemania, Europa occidental y los EE.UU., aunque muchos de ellos huían también del bolchevismo, sumaron al antisemitismo preexistente un argumento más: los judíos emigran para esparcir el comunismo, que era, por supuesto, una conspiración judía (y en el colmo del dislate, pronto se armaría el combo judía, masónica, comunista y plutocrática).

Los hechos de Ucrania aumentaron también la inmigración judía a Palestina. El que se les llamara pogromos a algunos hechos de violencia entre judíos y árabes —como los disturbios de Jaffa en 1921, en el que perecieron 47 árabes y 48 judíos, cifras que muestran que, más que pogromo, fue una violenta refriega— sentó las bases de la actitud del ala derecha del sionismo para con la población árabe de la zona que tanto han dificultado la paz entre los dos pueblos, paz que hoy se encuentra en una gravísima encrucijada. Honra a Veidlinger, autor judío, el apunte de este detalle.

Hoy hay guerra en Ucrania y vuelven a plantearse problemas y a levantarse algunas consignas de aquellos tiempos violentos. Del lado ucraniano se juntan un presidente judío de lengua materna rusa, europeístas decididos, y extremistas que reivindican a algunos de los antisemitas del pasado. Por la parte rusa, el Patriarca Kirill bendice una guerra en defensa del verdadero cristianismo contra el corrupto modelo de vida occidental. Este libro ayuda a comprender que el único bando posible donde militar es el de la paz.

EN EL CORAZÓN DE LA EUROPA CIVILIZADA (Los pogromos de 1918 a 1921 y el comienzo del Holocausto), de Jeffrey Veidlinger. Galaxia Gutenberg, 2022. Barcelona, 488 págs. Traducción de Ana Pardo.

Otras lecturas posibles.

Un pogromo (del ruso pogrom, ‘devastación’) es un linchamiento masivo de judíos, complementado por violaciones, saqueos, incendios y profanación de sinagogas. La palabra surge en 1881 tras el asesinato del Zar Alejandro y siguió siendo utilizada hasta comienzos del siglo XX. Otras fuentes para estos hechos son la recopilación de testimonios documentados por E.D. Rosenthal y editada por H.N. Bialik, El Rollo de la Masacre, a partir de entrevistas con sobrevivientes en el lugar. También el libro Judíos Rusos Entre Los Rojos y Los Blancos, 1917-1920 de Oleg Budnitskii, que cubre de forma amplia la cuestión. Y los cuentos de Isaak Bábel, en especial los del tomo Caballería Roja – Diario de 1920.